La Imperfección de Francisco

La lección de la imperfección humana

Hace algunos años, mientras acompañaba pastoralmente un grupo de vecinos en un barrio marginal, recibí una de mis mayores lecciones de teología y vida. Una amiga – que había vivido condiciones muy difíciles pero que en un momento de gracia optó por acoger a su hijo recién nacido en vez de abandonarlo en el hospital – me dijo: Raúl, la perfección no es humana; es mi muchacho quien me da fuerzas para levantarme y luchar cada día sin importar lo profundo que pueda caer.

El ministerio de Francisco: fragilidad y autenticidad

Recuerdo sobre todo esta frase de mi amiga al contemplar el ministerio del Papa Francisco, en este momento en que se prepara la elección de su sucesor. Una imagen me ayuda en este ejercicio de memoria. En la tumba del papa hay detalle peculiar, la letra A de su nombre está defectuosamente colocada a una distancia irregular de las otras letras, para horror de los diseñadores gráficos y los especialistas en caligrafía. Ciertamente un error, quizás motivado por la prisa del trabajo, que ojalá no sea corregido. Este detalle insignificante me parece un homenaje ideal a un ministerio que nos recordó que la fragilidad forma parte de la realidad de este mundo y que la Iglesia no puede voltear la mirada frente a las heridas de la historia como si ella fuera un club selecto para gente pura.

Errores y símbolos: la tumba del Papa

Francisco fue un papa imperfecto y ello no debería sorprendernos. Él mismo pedía al final de cada uno de sus discursos que rezaran por él y esta frase no tenía el tono de una fórmula protocolar. Nunca su magisterio fue tan creíble como cuando envió al arzobispo Sicluna y al padre Bartomeu a la diócesis chilena de Osorno para, de rodillas en la catedral, pedirle perdón a toda la Iglesia por no haberle creído sobre las denuncias del antiguo obispo Barros. Cómo olvidar que una de sus últimas apariciones fue precisamente en la Basílica de San Pedro, en camiseta y pantalón negro, arropado por una manta y empujado por otros en su silla de ruedas. Para muchos – yo incluido – esta imagen no correspondía a la dignidad de un anciano enfermo por no hablar de la de un pontífice. Lo que olvidaba nuestro razonamiento es que la misma evocaba la fuerza salvadora de otra fragilidad, la de un crucificado, cuya entrega estábamos a punto de celebrar en esos días. Francisco se mostró tal cual era, enfermo y vulnerable, hermano de otros muchos que comparte con él la precariedad de la condición humana.

La vulnerabilidad de Francisco como testimonio

Muchos se escandalizarán de esta perspectiva, como en el pasado Jesús hacía que fariseos y letrados murmurasen porque él comía con pecadores. Amigo de publicanos y prostitutas, comilón y borracho, decían. También hoy se escuchan rumores cardenalicios en Roma añorando la claridad doctrinal del pasado; la vuelta a los asuntos de la fe ante una supuesta deriva medioambientalista y pauperista de Francisco; o el apelo por la unidad (¿uniformidad?) en una Iglesia que en los últimos años ha evidenciado que en su seno existen posturas diversas e intenta construir la comunión a través del diálogo y el consenso, la sinodalidad. En el fondo, estos discursos temen la fragilidad o lo que en el lenguaje de Pablo llamaríamos la locura de la cruz. Los que los promueven intentan maquillar nuestra Iglesia con una fortaleza que no corresponde ni a su realidad ni al evangelio que es su esencia.

El amor incondicional como fundamento cristiano

Para los cristianos solo el amor incondicional de Dios es el fundamento de nuestras vidas y este amor nos regala la energía necesaria para levantarnos y seguir adelante cuando caemos. La buena noticia de Jesús es que no hay que merecerlo o ganárselo como sostiene la corriente pelagiana, que Francisco denunció como uno de los mayores peligros de la fe contemporánea. Tampoco este amor nos deja cómodamente sentados en nuestras caídas y hace innecesaria la conversión, ¡al contrario! Pero es un amor paciente con los procesos humanos, una misericordia que se regala sin temor de ser malgastada o desaprovechada, se da sin contabilizar futuros dividendos, simplemente porque Dios es así. Si alguna duda podía existir al respecto bastaría releer la última encíclica sobre el Sagrado Corazón, Dilexit nos.

El legado de Francisco y la misericordia divina

Creo que de esta manera vivió Francisco y desde esta perspectiva quiso impulsar su ministerio de obispo de Roma. Ojalá que el recuerdo de sus fragilidades nos ayude a abrazar las nuestras y experimentar en ellas el mismo abrazo de Dios. La imperfecta letra A en la lápida de su tumba, que es la misma inicial de la palabra Amor, sea para nosotros un recuerdo perenne de esta locura sin límites que es la misericordia divina.

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