Mensaje al CELAM de Mons. Arturo González Amador.


Transcripción:
Honor y gloria a ti, Señor Jesús. Queridos hermanos, hoy iniciamos la Semana Santa. Siete días para contemplar los grandes misterios de la historia de la salvación.

Siete días para agradecer la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Siete días para contemplar la grandeza de un amor que no siempre es correspondido, de un amor que no siempre es amado, de un amor que no se cansa de amar y de esperar ser amado. Siete días para dejarnos inundar por ese torrente de amor de Dios que a todos nos quiere alcanzar.

La Semana Santa se inicia con la celebración del Domingo de Ramos. Jesús entra en la ciudad de Jerusalén en solemne cortejo, a semejanza del modo en que lo hizo Salomón cuando iba a ser coronado rey heredero de David. Por eso, no es nada accidental que nuestra celebración de hoy comience con la bendición de los ramos y una procesión solemne.

Estamos ante una invitación clara y precisa a reconocer en el humilde Maestro de Nazaret al descendiente de David, al nuevo y verdadero Salomón, al rey de la paz y la justicia, al Mesías Redentor. Estamos ante una invitación a seguirle, acompañándolo y aclamándolo, en privado y en público, en la esfera más íntima y personal, pero también ante los ojos de nuestros contemporáneos y en medio de la sociedad, con el compromiso diario de la vida, de una vida auténticamente cristiana. Estamos ante una invitación a abrirnos a los valores más grandes y trascendentes y a no estar encerrados en nosotros mismos, a dejar que un proceso de conversión nos invada y transforme para descubrir la importancia de la entrega a Dios y a los demás, en particular a los más pobres material y espiritualmente hablando, a los que viven faltos de lo más esencial y fundamental para tener una vida medianamente digna, y a los que necesitan ser escuchados, acompañados y animados, porque el mundo los ha alejado de Dios y les ha arrancado la esperanza y el sentido de la vida.

Acompañar a Jesucristo en su entrada a triunfar en la ciudad santa de Jerusalén, en el primer domingo de Ramos de la Historia de la Humanidad, es unirnos a la comunidad cristiana para participar en tan significativa celebración, es regresar a la vida de cada día con los ramos benditos en las manos y en el corazón el compromiso de descubrir a Dios y hacerlo presente en todas las circunstancias. Este propósito, queridos hermanos y amigos, tiene que ser de hoy y de cada día. Es más, no se puede diluir con las preocupaciones y carreras de la vida.

Al meditar los textos bíblicos que la liturgia nos propone para este domingo, al contemplar a Jesús aclamado a las puertas de Jerusalén y al detenernos ante el relato de su pasión, dejémonos interrogar, no quedemos indiferentes. Revisemos nuestra vida y descubramos que la verdad de Dios nos interpela. Descubramos el amor de Dios en Cristo crucificado, en el Cristo que sufre por ti y contigo, por y cada uno de nosotros.

Al contemplar estos relatos bíblicos, lavemos nuestras manos de toda injusticia y purifiquemos nuestro corazón del pecado, de toda maldad y violencia, de toda mentira y falsedad, de toda corrupción y engaño, de toda hipocresía y doblez, de todo placer ilegítimo y desorden, de todo abuso de poder y explotación. Sí, dejémonos purificar por el baño regenerador de la gracia de Dios, de ese amor que todo lo hace nuevo y que no es entusiasmo de un momento. Aprovechemos las gracias de la Semana de Pasión en este año santo, siendo peregrinos de esperanza.

Santa celebración de Ramos, Santa Semana de Pasión y desde ya, ¡Feliz Pascua de Resurrección!

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