Aniel Santiesteban García.- Los vínculos entre fe y cultura en Cuba son históricos, profundos y vivos. No se trata de meros símbolos o tradiciones, sino de una forma de comprender la identidad misma del pueblo cubano. Desde los primeros siglos de la etapa colonial, la fe católica ha estado presente en la formación espiritual y cultural de la nación, y sigue siendo un pilar en la expresión de los valores que nos definen como pueblo.

Una figura clave en este nexo es el Padre Félix Varela: sacerdote, filósofo y gran patriota, considerado uno de los fundadores del pensamiento cubano. Varela enseñó que “el que no ama a su patria, no ama a Dios”, y lo expresó en el aforismo: “No hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad”, como puede leerse en el primer tomo de sus Cartas a Elpidio. Desde la fe, el Venerable Padre Varela promovió la educación, la justicia social y la dignidad humana; formó conciencia, sembró valores y defendió la libertad a la luz el Evangelio.

Otro símbolo esencial es la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Su imagen, hallada por tres humildes jóvenes —dos indios y un esclavo— que buscaban sal en la holguinera bahía de Nipe en el siglo XVII, se convirtió desde muy temprano en emblema de unidad nacional. La Caridad, María, es madre protectora y consuelo en la adversidad: en el ayer de nuestra historia, desde la manigua junto a los mambises, y en el hoy de nuestra Patria, dondequiera que haya un hijo de esta isla, sin importar geografías. Su Santuario Nacional, en El Cobre, es lugar perenne de peregrinación, oración y encuentro.
La música, especialmente aquella considerada litúrgica, también ha sido un fuerte vehículo de expresión cultural. En este ámbito sobresale el primer gran compositor cubano de música sacra, el presbítero Esteban Salas. Nacido en La Habana y formado en España, se estableció en Santiago de Cuba, donde ejerció como maestro de capilla de la Catedral durante más de cuatro décadas. Su obra incluye villancicos, misas, salmos y motetes, escritos en estilo barroco con influencias hispánicas, pero adaptados al contexto caribeño. A Salas le sucede una verdadera estela de músicos —explícitamente confesionales o no— cuyas creaciones reflejan el mensaje cristiano con profunda belleza.

Así ocurre también con poetas y pintores: Emilio Ballagas, Dulce María Loynaz, Fina García-Marruz y Cintio Vitier en el primer grupo; Carlos Enríquez, Amelia Peláez, René Portocarrero, José Delarra y Cosme Proenza entre los segundos. Todos son referentes para entender la relación entre espiritualidad y cubanía.
Es muy del cubano celebrar fiestas patronales e incluir en ellas procesiones, herencia de los españoles portadores de la cruz redentora a su llegada por la Bahía de Bariay, en las costas del norte de Oriente —actual territorio de la Diócesis de Holguín—. Así iniciaba el camino de la evangelización, gracias a los esfuerzos de tantos misioneros y, con el tiempo, de criollos, que propagaron la Buena Noticia en esta tierra. Mención especial merece San Antonio María Claret, arzobispo de Santiago de Cuba entre los años 1850 y 1859.





La arquitectura religiosa, tanto los majestuosos templos coloniales o las modestas capillas rurales, también forman parte del patrimonio cultural del país. Son espacios que guardan historia, arte y espiritualidad, y que figuran, en muchos casos, como centros de la vida social. En ellos se celebran sacramentos y se acoge al necesitado, al tiempo que se convierten en espacios para dialogar con la cultura nacional y enriquecerla.
Cultura y fe, en Cuba, no son caminos separados. Son dos dimensiones que se entrelazan, se iluminan mutuamente y dan sentido a la vida de generaciones que han creído, creado y compartido desde el corazón del Evangelio.