P. Héctor Arrúa SVD
Hoy es el “Domingo de la alegría”. Al tercer Domingo de Adviento, igual que al cuarto de Cuaresma se les “llama día de la alegría”: porque las primeras palabras pronunciadas al iniciar la Eucaristía son una invitación a estar alegres.
Primera Lectura: Isaías 35,1-6.10
El pasaje, revela al Pueblo de Dios, dos hermosas realidades que lo llena de esperanza:
ü El “Día del Señor”, será para ellos un día de luz, no de tinieblas y serán restaurado como pueblo.
ü Este pueblo, que como fruto de su pecado, sufrió setenta años de destierro en Babilonia, ahora avizora el feliz retorno a su tierra.
La profecía es rica en metáforas que sacan a la luz los sueños de restauración de un pueblo humillado y destruido. El desierto inhóspito, sediento e infecundo florecerá “como un campos de lirios”; lo que hasta ese momento era imagen cabal de la tristeza, ahora se convierte en el ícono de la fecundidad, de la vida, alegría y la belleza deslumbrante.
Un pueblo que a causa de su pecado fue sometido y a causa del miedo, ha perdido la autoestima, la fuerza de sus manos y la firmeza de sus pies, también la capacidad de ver y analizar, de escuchar, discernir y actuar en conciencia; ahora escucha la voz de Dios que fuerte resuena en sus oídos y corazones: “¡Ánimo! No teman. Su Dios ya viene a salvarlos”.
A los que estaban ciegos, se les enciende la luz de la verdad.
A los sordos, se les abre los oídos del entendimiento.
A los que estaban cojos, se les fortalecen las piernas y pueden saltar en libertad.
Los que habían perdido la capacidad de hablar, ahora pueden expresarse con sabiduría y elocuencia.
El pasaje termina confirmando la profecía que el gozo por retorno a la tierra prometida y la reconstrucción nacional como Pueblo de Dios, dejarán atrás y para siempre las penurias y desesperanzas vividas durante el exilio y la deportación.
Quiera Dios, no sólo en este tiempo de Adviento y en la próxima Navidad, sino en cada uno de nuestros días, nuestra vida florezca como los campos de lirios porque nuestra alegría está en el Nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra, y está muy cerca de nosotros.
Segunda Lectura: Santiago 5,7-10
Santiago recomienda a vivir la fe hasta venida del Señor con paciencia, es decir sin sobresaltos, miedos, ni esquizofrenias. Para animar a vivir la fe con esperanza en Dios que viene a nuestro encuentro, nos invita a contemplar la vida del campesino que con fe prepara y siembra la tierra y con esperanza aguarda las lluvias que tempranas o tardías fecundarán y harán que fructifiquen las semillas. Insiste en esperar con paciencia y a mantener firme el ánimo, en una palabra le dice: “no se desesperen”, dado que el buen ánimo y la esperanza son las dos caras de una misma moneda.
Si en la primera recomendación, el Apóstol, ponía la atención y orientaba cual debe ser el “estado del alma” con el cual se debe aguardar la venida del Señor, en el segundo señala cual es la conducta moral. “No murmuren, los unos de los otros”, esta expresión es una forma delicada de decir: “no se dejen llevar por los chismes, ni armen ‘bretes’ en la comunidad”, para no ser condenados porque el Señor está “al tocar” la puerta.
El ejemplo a seguir es el paciente sufrimiento de los profetas, que, cuando hablaron, hablaron, en nombre del Señor.
Evangelio: Mateo 11,2-11
Decíamos el domingo pasado, que Juan fue el testigo de la Verdad, este testimonio es el que lo llevó a la cárcel y después al degüello, pero por lo que leemos aquí no sólo da testimonio de la verdad, sino también del fruto más preciado de ella: la libertad, “la verdad les hará libres”. Está preso, sufre el rigor de los barrotes –y también de los garrotes-, pero su corazón, su conciencia, vocación y misión gozan de plena libertad.
Él, el testigo de la Luz, en la oscuridad de la celda escucha hablar de Jesús y con la humildad de un aprendiz que busca la verdad, manda a sus discípulos a preguntarle al Señor: “¿Eres tú el que tenía que venir o debemos esperar a otro?”. El Bautista atraviesa por una confusión que no le deja en paz, ha escuchado las proezas hechas por Jesús, pero ¿Dónde está fuerza del Mesías que a “capa y espada” vendría a acabar con el imperio romano? ¿Dónde está el Mesías que se alza victorioso para siempre?
La respuesta de Jesús, parece no responder a la pregunta, sin embargo es la luz que iluminará a Juan y le permitirá descubrir el verdadero rostro y misión del Mesías según la voluntad y el corazón de Dios:
El Mesías no viene a traer la paz al mundo con la fuerza de los insultos, las armas, o estratagemas violentas; sino con la fuerza persuasiva de la palabra que invita al seguimiento, motiva el diálogo y ofrece el perdón.
El Mesías viene a traer luz a los ojos, el alma y la razón, cada uno de sus gestos y palabras iluminan, consuelan, animan e invitan a pensar por uno mismo.
El Mesías viene a desatar los lazos que impiden vivir en libertad; hoy como “ayer” al paralitico, nos vuelve a decir: “Levántate toma tu camilla -hazte cargo de tu historia- y camina hacia adelante”
El Mesías viene a purificar nuestros males, “las lepras” que carcomen todos los órdenes de la vida espiritual y moral, tanto en lo personal, familiar, social e institucional.
El Mesías viene a devolver la capacidad de escuchar y comprender lo que se dice, vine a dotarnos de la oportunidad de responder en conciencia, con cordialidad, respeto y responsabilidad.
El Mesías viene a darnos vida, vida abundante, generosa y servicial: ¡Vida eterna! Viene a anunciar la alegría del Evangelio a los pobres y el año de gracia del Señor a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
El Evangelio no dice si los emisarios de Juan les transmitieron el mensaje de Jesús, pero si de algo no nos queda dudas, es que Juan, el testigo de la Luz y mártir de la verdad, llegó a comprender que Jesús es el Camino, la Luz y la Verdad: ¡Qué Él es el Mesías de Dios!