MENSAJE DE MONSEÑOR DOMINGO OROPESA LORENTE, OBISPO DE CIENFUEGOS, TRANSMITIDO POR LA EMISORA PROVINCIAL “RADIO CIUDAD DEL MAR”, EN LA MAÑANA DEL JUEVES 24 DE MARZO, CON MOTIVO DE LA SEMANA SANTA 2016.
Diócesis de Cienfuegos, Cienfuegos, 24 de marzo de 2016:Damos las gracias a Radio Ciudad del Mar por ofrecernos sus instalaciones para grabar este Mensaje por la Semana Santa de este año 2016 y poder emitirlo en estos momentos para todos ustedes.
La Semana Santa nos presenta los últimos días de la vida terrena, histórica, de Cristo el Señor.
Comienza con su entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y finaliza con el misterio de su resurrección, del que murió clavado en la cruz clavada en el monte Calvario.
La Semana Santa celebrada en la Iglesia Católica no es una serie de actos para recordar lo que le sucedió al Señor, pues eso lo tenemos ya descrito en los cuatro evangelios y bastaría con leerlo. Las celebraciones litúrgicas a lo largo de esta semana nos ofrecen aquí y ahora la salvación para cada uno de nosotros en este momento de nuestra vida, y, al mismo tiempo, todo es celebrado y ofrecido por la salvación del mundo.
Lo sucedido al Señor Jesús, aceptado por Él, fue a favor de cada uno de nosotros y la Iglesia Católica ofrece sus celebraciones, que Cristo ofrece hoy, por el mundo entero. Y todo para hacer llegar el amor de Dios a cada uno de nosotros, a cada hombre y mujer vivos o difuntos. Podemos y debemos afirmar que la Semana Santa es, de todo el año, la Semana de la mayor muestra del Amor de Dios.
En el Viernes Santo se hace presente el amor de Cristo crucificado como mediador entre Dios y los hombres. Nos ayudarán unos textos de las Cartas de San Pablo para comprender el valor redentor de la entrega de Cristo hasta la muerte.
Escuchemos: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos”(1 Tm 2, 5.6).
Cada Viernes Santo evocamos al “Señor Jesucristo, que se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo perverso, según la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gal 1, 3.4). No olvidemos que Cristo murió para liberarnos de los pecados: “Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras” (Tit 2, 11-14). Este Viernes Santo vamos a ser salvados recibiendo el fruto redentor del sacrificio de Cristo.
Cristo murió por amor a su Iglesia:“Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5, 25-27).
Debemos vivir siempre agradecidos a Cristo porque Él nos ha dado su vida, la vida divina, y no debemos dejar de decir como San Pablo: “La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2, 20).Y Cristo nos enseña desde la cruz cómo debemos amarnos: “Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5, 2).El amor constante entre nosotros supone desgaste, sacrificio y humillación. Ante Cristo crucificado aprendemos a amar.
Es la sangre de Cristo la que pacifica la mente, el corazón y la memoria: ”Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1, 19.20).
Cada Viernes Santo, como cada eucaristía, supone contemplar lo que el Señor nos dice con su vida a cada uno de nosotros: “Me ofrecí por ti, para seguir ofreciéndome por ti, para que te salves eternamente”. “Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Tm 2, 5.6). Y se insiste: “Se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo perverso, según la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gal 1, 4). Acudamos a la celebración del Viernes Santo para gozar del amor redentor de Cristo.
Y celebraremos el Sábado Santo por la noche la Vigilia Pascual, la Madre de todas las Vigilias, decía San Agustín en el siglo IV. Es la noche santa, la noche de la luz, la noche de la inmortalidad, la noche de la eternidad, la noche celeste.
La Vigilia Pascual: Escucharemos un Pregón, es decir una noticia, un edicto: Cristo ha resucitado, Cristo ha dejado vacío el sepulcro, la noche ha sido sorprendida por la luz de la inmortalidad. Desde textos de la Palabra de Dios, oiremos un resumen de la historia de la salvación que termina con la afirmación de los evangelios: Cristo ha resucitado. Renovaremos las promesas bautismales y celebraremos la consagración del pan y del vino que pasarán a ser Cristo como Dios y como hombre.
La celebración de la Vigilia Pascual nos centra en la existencia de Cristo vivo como hombre, inmortal como hombre y como Dios. Nosotros no somos seguidores de un personaje importante de la historia. Somos los amados por Jesús el Señor que con poder infinito nos acompaña cada día de nuestra vida. La religión católica nos es la de los seguidores de un líder humano sino la de los amados, mañana, tarde y noche en este mundo por Cristo: verdadero Dios y verdadero hombre, transformados por su amor para evitar el pecado y destinados a la gloria eterna.
Debemos saber que estamos siempre con el Señor, que somos llamados a estar vivos en alma y cuerpo con el Señor, y así manifestarlo. Dios nos ilumina con su Palabra:“Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! (1 Cor 15, 12-14.17-19).
Cristo ha resucitado y nosotros también resucitaremos:“Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (2 Tm 2, 8). “Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros” (2 Cor 4, 14). “Que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5, 15).
Deseamos para los demás y para cada uno de nosotros la santidad de vida por la celebración del próximo Triduo Pascual. No olvidemos que el Señor nos ha rescatado del pecado y de la muerte y nos ha hecho herederos de la eternidad. Hemos conocido el amor de Dios aquí en la tierra y lo experimentaremos, y Dios quiere que todos juntos, eternamente.
Acudamos a las celebraciones del Triduo Pascual de nuestra Iglesia Católica. Estaremos unidos al Papa Francisco. Pregunten sobre horarios de los actos religiosos desde el Jueves Santo al Domingo de Pascua o de resurrección.
Celebremos nuestra salvación por el perdón de los pecados y nuestra vida eterna por la resurrección de Cristo.¡Feliz Pascua para todos! ¡Que el Señor los bendiga!