Su presencia fue aumentando progresivamente hasta ir llenando el patio, que hoy hace las veces de templo, todos llegaban engalanados como para la ocasión y con los rostros resplandecientes por la alegría y la certeza de saberse acogidos y acompañados por verdaderos ángeles. Eso son las voluntarias de la Asociación Internacional de Caridades (AIC) y los miembros de las Conferencias de San Vicente,  porque formados en el carisma vicentino depositan todo su amor en estos seres frágiles por su edad y por su realidad de vida.

El P. Arturo Niño presidió el rezo de laudes, dando inicio así a una primera parte de la celebración en la que no podía faltar el Pan Vivo, la Palabra de Dios para acariciar sus oídos y calentar sus corazones. Siguieron algunas anécdotas vicentinas, aquellas que dan fe de una vida de entrega y de servicio a los más necesitados, aquellas que todavía hoy, gracias a  Dios, suscitan vocaciones para la misión.

Un segundo momento, para beneplácito de todos, fue la actividad cultural preparada especialmente para ellos: “nuestros amos y señores”, con invitados especiales como dos jóvenes aficionados que los deleitaron con sus armoniosas voces que dejaban escuchar canciones de época, porque “recordar es volver a vivir”. Formó parte de los números presentados el payaso  Pimpín Pirulete, joven de la comunidad que hizo reír a todos con sus ocurrencias; la joven Aisol, del programa Síndrome Down, que gusta participar de estas actividades, acompañada del ritmo de sus maracas puso a todos en movimiento cuando interpretó la cubanísima Guantanamera. También se realizaron dinámicas con adivinanzas y pregones, que animaron dos hermanas de la comunidad.

Como cada año, Nancy Cuello, la presidenta de la AIC parroquial, dejó escapar su ternura vicentina para los que se han convertido en orden de prioridad para ella: sus “viejitos”, y festejó, en compañía de todos como cada año, por el cumpleaños de Mikelita, la emblemática anciana de las trenzas, que dos días después cumplía ya 103 años. Pero en esta ocasión la longevidad se sintió aludida porque también estaba presente otra hermana de una casa misión, Micaela, que con sus 105 años llegó por sus propios pies acompañada de una hija. Jocosamente una joven de la comunidad decía: “me cambiaría mi nombre por el de Micaela”.

Felicitaciones, aplausos a la vida y regalos no se hicieron esperar evocando cumpleaños, también para un hermano no tan anciano, pero igualmente atendido por las AIC, y para un señor con trastornos mentales que da fe del espacio que Dios ocupa en su corazón, pues participa diariamente en misa.

El padre Nicolás expresó las palabras finales de agradecimiento y despedida, pero primero invitó a todos a participar de la eucaristía que en honor al fundador de los P. Paúles se celebraría en la noche para cerrar el gran día. Acto seguido las voluntarias comenzaron a hacer realidad lo que fuera la preocupación constante de San Vicente, poner en la boca de los ancianitos el tradicional “puchero” que formaba parte de un suculento ágape gracias, en esta ocasión, al noble gesto de un matrimonio de la comunidad que vive en el extranjero y cada día, como todos en esa mañana, entona el himno a San Vicente: ¨Enséñanos a amar Vicente de Paúl, al pobre nuestro hermano como lo amaste tú¨.