Doy gracias a Dios por haberles podido enviar, en esas fechas y por esta emisora, unos sencillos mensajes que espero hayan podido escuchar. Ahora vuelvo a hablarles porque el mes de julio nos trae otra celebración especial, la de nuestros abuelos, el próximo día 26, fecha en la que se recuerda a Santa Ana y San Joaquín que, según la Tradición, fueron los padres de la Virgen María y, por tanto, los abuelos de Jesucristo. Y es ésa la razón por la que la tradición fijó esta fecha como el Día de los Abuelos. ¡Qué bueno, entonces, que nuestros abuelos y abuelas también tengan su día de homenaje agradecido! Bien que se lo merecen.

Algo que en ocasiones me ha llamado la atención es descubrir cómo en varios idiomas (francés, inglés, alemán, etc.) las palabras abuelo y abuela de nuestra lengua castellana se traducen como “gran padre” (cuando hablan del abuelo) y “gran madre” (cuando se refieren a la abuela). Bonita manera para hablar de ellos, ¿verdad? Aunque también es justo reconocer que, en Cuba, a los abuelos se les quiere como a segundos padres, y que desde niños nos gustó llamarlos abue, abuelito, tata, nana, abu, yaya, abuelita, y de otras muchas maneras cariñosas más.  

Los abuelos son siempre motivo de nuestra conversación. Hay hijos que en la actualidad se preguntan por qué sus padres les están permitiendo hacer a sus nietos lo que nunca les permitieron hacer a ellos. Cuando yo he comentado esto con los abuelos, todos reconocen que es verdad, pero resulta interesante oír cómo algunos se defienden diciendo “que los nietos lo cogen a uno ya cansado”, mientras que otros aseguran que este cambio de actitud se debe a que “de abuelo se tiene más experiencia que de padre”. Hay también quienes afirman que, actualmente, los hijos crecen demasiado rápido y los padres “nos quedamos con el deseo de haberlos tenido más tiempo sentados en nuestras piernas”. Y por eso cargan tanto a los nietos. En realidad, yo creo que todos dicen verdad, porque tienen en cuenta el correr de los años, que no pasan por gusto, porque dan una gran sabiduría.

Si analizamos la vida de los hogares cubanos de hoy, notaremos cómo en buena parte de ellos son muchas las tareas a cargo de los abuelos y las abuelas. Normalmente son ellos quienes hacen los mandados, riegan las matas del patio y están pendientes de lo que vino a la bodega, a la carnicería, a la placita y a la farmacia. Son ellos quienes engrasan las bicicletas y cogen los ponches. Son los abuelos quienes compran el periódico, y velan porque los animalitos de la casa no se mueran de hambre o de sed.  Son ellos y ellas quienes, a pesar de sus problemas de la vista, zurcen las medias y ponen los botones que se han caído. Muchas veces les toca ayudar a sus nietos a hacer las tareas de la escuela. Gracias a ellos, sus nietos podrán comer los dulces más sabrosos y los pedazos de pollo más grandes. Gracias a ellos, los nietos se libran de palizas y castigos. Gracias a ellos, sus nietos conocen muchas historias universales, y ellos también conocen las de sus nietos.

En muchísimas ocasiones, son los abuelos y abuelas quienes llevan sus nietos al Círculo, a la escuela, al catecismo y a la Misa. Son ellos quienes, por despertarse muchas veces en la noche, están pendientes de cualquier ruido extraño, y son los primeros en levantarse, colar el café e incluso llevarlo a la cama a los más dormilones de la casa. Son ellos quienes dejarán con gusto en herencia a sus hijos y nietos todo lo suyo, incluyendo sus tres o cuatro cosas materiales: el serrucho que cuidaban con tanto esmero y que no les gustaba prestar porque “no todos saben usarlo bien y le quitan el filo”, el martillo con su cabo de majagua, la vieja pero siempre útil máquina de coser marca Singer, las agujetas de tejer, la llave “estirson” y hasta el dinerito que pudieron ahorrar con sus sudores.

¡Cuántos abuelos y abuelas, no hace muchos años, sacrificaron sus cadenas, anillos de compromiso y aretes de oro para que sus nietos durmieran con un ventilador o se pudieran comprar unos zapatos o el deseado pitusa! No pocos abuelos se vieron o se ven obligados, por diversas circunstancias, a criar a sus nietos como si fueran sus hijos. Y en cambio, ¡cuántos de ellos, ya enfermos, fueron mal cuidados en su propia casa, o prácticamente abandonados por hijos y nietos, o dejados tal vez en un Hogar de Ancianos, para que la familia pudiera permutar la casa por una más pequeña pero en mejor lugar, o para irse a vivir a otro país!

A muchos llama la atención cómo no pocos padres de hoy día planifican tranquilamente unos días de vacaciones en la playa o el campismo, o incluso una simple salida de sábado por la noche a comer en un restaurante, ¡pero contando con que dejarán a sus hijos con los abuelos para que los cuiden!…

¡Seamos justos! Nuestros abuelos merecen no solamente un día de agradecimiento, sino todo el año. Merecen nuestra comprensión porque podría ser que no los estemos amando tanto como debiéramos. Merecen que también los llevemos a ellos, junto con toda la familia, al paseo o al restaurante. Merecen que los acompañemos en sus sufrimientos. Nuestros abuelos y abuelas sufren cuando los dejamos solos o no los tomamos en cuenta. Sufren cuando ya se les están acabando las medicinas para la presión, el asma, la diabetes o la circulación. Sufren por la situación de desastre en que están los matrimonios de sus hijos e hijas disgustados con nueras y yernos. Sufren cuando nosotros no nos damos cuenta que ellos no pueden caminar a la misma velocidad que nosotros, o que no pueden hacer la misma fuerza que nosotros. Sufren cuando les decimos: “ya ese cuento nos lo hiciste una vez”. Sufren al notar nuestra impaciencia cuando ellos nos piden repetir lo que les dijimos porque no oyeron bien. Sufren cuando los regañamos porque sus temblorosas manos dejaron caer un plato al suelo cuando ayudaban a recoger la mesa. ¡Seamos comprensivos con nuestros abuelos y abuelas! Ellos, como los grandes padres y las grandes madres que son, todo lo que sufren, lo sufren en silencio.

Los nietos tenemos mucho que imitar de nuestros abuelos y abuelas. El mundo ha sido testigo de famosos ancianos y abuelos sorprendentes que se mantuvieron siempre jóvenes: El genial pintor Pablo Picasso estaba en plena actividad a los 80 años. Johan Goethe terminó de escribir Fausto a los 83. Alberto Schweitzer dirigía un hospital para pobres en una lejana región africana a los 89 años. Mi fallecido tío Esteban, para mí tan famoso y sorprendente como los ya mencionados, dejó a sus más de diez nietos el ejemplo de una vida entregada a trabajar y luchar por su familia. Era albañil, pero cuando faltaba el cemento y, por tanto, los clientes, sabía entonces hacer pozos, soldar, sembrar y vender culantro, coger goteras, pintar, fundir piezas de aluminio, etc.

El tema de los abuelos es abundante. ¡Qué formidables iniciativas las de los Círculos de Abuelos y la Universidad del Adulto Mayor! ¡Cuántos abuelos esforzándose en superarse! ¡Cuántos abuelos luchando por mantenerse en forma, haciendo ejercicios diarios en plazas, parques e incluso en nuestra Casa Diocesana o Curato de Guantánamo! ¡Cuántas comunidades católicas tienen excelentes y activos grupos de la llamada Tercera Edad (o “Juventud Acumulada” como suelen llamarse simpáticamente ellos a sí mismos)! ¡Cuántas abuelas colaboran sistemáticamente con las Misioneras de la Madre Teresa y las Hermanas Claretianas en Guantánamo, con las Hijas de la Altagracia en San Antonio del Sur, y con las Hijas de la Caridad en Baracoa y Maisí, en su delicada y dedicada tarea de ayudar a los más necesitados! ¡Cuántas abuelas convertidas en costureras en nuestras comunidades haciendo ropas para enfermos o muñecas de trapo para diversión de los más pequeños! ¡Cuántas abuelas y abuelos son los que se ocupan de abrir y cerrar nuestras iglesias, y las barren y trapean! ¡Cuántos de ellos, por lo mucho que rezan diariamente pidiendo a Dios por todos, son como pararrayos en nuestra ciudad!

La Biblia, ese libro tan excepcional, menciona a la abuela de Timoteo, aquel joven, hijo de padre griego y madre judía, discípulo de San Pablo y que acompañó a éste en la predicación del Evangelio de Jesucristo. Es en su Segunda Carta a Timoteo (1,5) donde San Pablo escribió: “Me acuerdo de la sinceridad de tu fe, esa fe que tuvo primero tu abuela Loida y tu madre Eunice y que, estoy seguro, tienes tú del mismo modo”. En aquellos tiempos, la fe en Dios también se iba transmitiendo de generación en generación: de la abuela Loida pasó a la hija Eunice y de ésta, al nieto Timoteo.

De la misma manera, en Cuba son muchos los cubanos que recibieron la fe a través de la enseñanza y el ejemplo de sus abuelos y abuelas. Son muchos los cubanos que aprendieron de sus abuelos a decir “Papá Dios” mirando el cuadro del Sagrado Corazón o un crucifijo. Gracias a ellos, muchos nietos aprendieron a hacer la señal de la cruz y a rezar el padrenuestro y el avemaría. Fueron abuelos los primeros en hablar a sus nietos de la Virgen de la Caridad del Cobre. Gracias a la insistencia de sus abuelos, muchos cubanos están hoy bautizados. Gracias a la paciencia de los abuelos, unos cuantos matrimonios que estaban “en el pico del aura” se han logrado salvar.

Gracias al ejemplo personal de los abuelos, los nietos aprendieron a perdonar las ofensas y a dejar que sea Dios el que juzgue. Gracias a la insistencia de los abuelos, unos cuantos nietos se salvaron del aborto.
Gracias a la memoria de nuestros abuelos y abuelas, y a las cosas que cuentan, los nietos aprendieron y aprenden a hacer historia, a valorarla en su conjunto y a sacar conclusiones.

Todos estamos de acuerdo en que corresponde a los padres ser los primeros educadores de sus hijos en virtudes y valores. Pero también todos sabemos que, con frecuencia, los padres no encuentran tiempo ni para ellos mismos por tanto agobio de trabajo. Es entonces, cuando vienen en su ayuda los abuelos, aquellos a quienes queremos honrar especialmente el próximo día 26.

Hace algunos años se repetía esta frase: “De mi padre lo aprendí”. Yo estoy seguro que un buen número de cubanos podrá añadir ese día y siempre, para orgullo de sus segundos padres: “¡Y de mi abuelo y mi abuela, también!”.  Para ellos, especialmente, pedimos ahora las bendiciones de Dios.

Que la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos y los acompañe en este día y siempre. Amén.