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Dios sigue llamando.
Por: Everardo Cázares Acosta, Alumno de la Universidad Pontificia de México
Es una gran alegría, el poder participar de una ordenación diaconal, pero esta alegría se ve aumentada cuando el candidato es un amigo, que sabemos de antemano, es llamado por Dios y le está respondiendo, de una manera llena de gratitud y de fidelidad, a Dios y a su pueblo. Es el caso del pasado 12 de febrero del 2011, cuando un hermano muy apreciado por nuestra comunidad, decide decir sí al llamado realizado de una vez y para siempre.
Jesús Rafael Martínez Guerrero, nació el 17 de febrero de 1974, en Sagua la Grande, provincia de Villa Clara, perteneciente a la Diócesis de Santa Clara, Cuba, y actualmente está concluyendo el Bachillerato Teológico en la Universidad Pontificia de México.
Como compañeros de Jesús Rafael, pudimos compartir con él todos los sentimientos que se desprenden de una donación como la que él ha hecho, desde la aceptación a las ordenes sagradas, hasta la fecha y lugar de ordenación. Puedo decir que nos alegramos mucho por haber elegido nuestro país (México) para recibir el diaconado, pues nos era difícil trasladarnos a Cuba para acompañarlo. Conforme se presentaban algunas complicaciones, por visas no expedidas a tiempo o las letras dimisorias que tardaban en expedirse, muchos pensaban en la posibilidad de que fuera ordenado en |
Cuba, desistiendo de su deseo, aunque todos queriamos estar presentes en su ordenación.
Así el momento llegó. Predominaban la preparación de la liturgia, los comentarios y sentimientos variados y la esperanza predominan. La alegría de que hoy sigan existiendo personas que donan su vida a Dios, abrazando un estado de vida radical de seguimiento a Cristo, en castidad, obediencia y abandono a la providencia de Dios. El poder presenciar la alegría de un hermano que desbordaba de dicha cuando veía pronta su donación a Dios, los sueños y anhelos, el amor de querer servir a Dios de manera incondicional y sin ninguna limitación, estando dispuesto a dar la vida por los hermanos y pensando siempre en servirlos a ellos. Es algo que a los que estamos en camino de poder recibir este regalo de pertenecerle sólo al Señor en un servicio estrecho a los hermanos, nos hace encender el fuego. Y a los que siendo sacerdotes o diáconos, el estar presentes en los preparativos, en los comentarios de sobremesa sobre la ordenación de un miembro de nuestra casa, es motivo para poder recordar el primer amor, y encender la llama de la vocación que nunca termina… Es motivo para, como bien dijo Mons. Arturo: «dar gracias a Dios porque sigue llamando a hombres y mujeres para consagrarse»
Antes, durante y después de la Misa, a todos nos embargaban sentimientos de gozo, en especial a nuestro hermano Jesús Rafael, quien nos contagiaba de dicha. No podemos dudar que Dios es fiel a su palabra y que sigue suscitando hombres y mujeres para amarlo, pero sobre todo para servir a los hombres más necesitados de su amor. Creemos que así es, somos testigos de eso y es motivo suficiente para dar gracias a Dios, pues «Hay que entregarnos con total entrega y no reservarnos nada».
Uno de los momentos en que todos nos pusimos en sintonía fue cuando el Obispo, dirigiéndose a Jesús, y que en él, todos nos sentíamos interpelados, le dijo: «A Cuba no se va para hacer carrera, para hacer tesoros o riquezas o para triunfar. A Cuba se va para contemplar a Cristo que sufre, a Cristo que padece para salvar a los hombres». De aquí la necesidad, como hizo énfasis el Sr. Obispo, de «tener la mirada puesta en Cristo», ya que «muchas veces se puede apagar la llama del espíritu, pero la llama del amor no se apagará».
A más de uno, le conmovieron estas palabras, a más de uno le hizo sentir la necesidad de serle fiel a Dios, de ser más conscientes de la vocación a la que hemos sido llamados. Como afirmó el P. Obispo, es verdad que «a Dios se le puede servir en todo lugar…», pero cuando Dios llama a servirlo en un lugar difícil, donde hay retos, dolor, necesidad…, allí hay mayor muestra de amor, de entrega, de donación.
Quizás sonará extraño, pero aunque no conozca Cuba, siento un gran aprecio por la Iglesia presente en todo el mundo y en especial por la que sufre, por Cuba; todo el mundo necesita de una manera urgente el mensaje de Cristo, pero a ti hermano Jesús Rafael te toca llevarlo a Cuba y te doy gracias por ello; porque sé, que le serás fiel a Cristo y a tu vocación, y que serás luz y sal para esa nación que clama el amor de Dios. Gracias por regresar a Cuba y ayudar a nuestros hermanos que peregrinan en aquella isla del Caribe. Sólo me queda repetirte, y hacer oración, las palabras sabias de tu Obispo: «Jesús, que tu miradas sean las miradas del Señor, que tus palabras sean las palabras de Jesús, que tus palabras sean para alabar a Dios, para iluminar las mentes de los hombres (…) ¡Hay que hacer presente en Cuba el Reino de Dios! Que la esperanza que Dios ha depositado en ti, que la Iglesia ha depositado en ti, no quede defraudada; y no quedará defraudada si tú te esfuerzas y te entregas». |