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"Santa Fina de la Habana Vieja": disponibilidad y servicio

por P. José Conrado Rodríguez

Arquidiócesis de La Habana, La Habana, 10 de agosto de 2018: Todo ser humano viene a este mundo y es un regalo de nuestro Padre Dios. Pero hay personas en las que esa condición alcanza niveles especiales. Fina Vázquez Lois es uno de esos casos.

Fina fue un Don de Dios para la Iglesia cubana. Nacida en el seno de una familia de emigrantes gallegos para los que el trabajo y la fe era el pan de cada día, en Cuba los padres de Fina conocieron tiempos de prosperidad y tiempos de escaces, pero educaron a sus seis hijas en un clima de profundo amor y unidad. Fina fue siempre consciente del gran regalo que Dios le había hecho con su familia. Como agradeció siempre a Dios por darle un esposo como Gonzalo del Valle Suero, hombre sencillo y de mucha fe. Gonzalo murió pocos años después de casados.

Para Fina comenzaría una época de total dedicación al apostolado. Apoyó junto a un grupo de amigos y amigas, la fundación de la Juventud Obrera Católica (JOC) en Cuba. Participó en las tareas del apostolado en diversas parroquias, sin dejar de dedicarse al cuidado de su madre y de una tía anciana que llevó también para su casa.

Desde 1959, ante las dificultades sufridas por la Iglesia, su compromiso con la fe creció. Fue muy activa en la renovación conciliar de los años 60, y como organista, catequista, visitadora de enfermos y animadora de sus hermanos en la fe. El testimonio en su trabajo, en el Ministerio de Comercio Exterior, y en el barrio, hizo de su vida una lámpara encendida que iluminaba a cuantos la conocían.

Yo conocí a Fina en 1969, cuando llegué desde Santiago al Seminario San Carlos y San Ambrosio. Por aquel entonces a sus muchas labores, ella añadió la de copiar a máquina nuestras clases de Teología para que pudiéramos tener por escrito las diferentes materias que nos impartía el padre René David.

Dios le reservó un último servicio a este apóstol incansable del Reino: en los años 80 Fina fue la secretaria de la REC y del ENEC. Con el Padre Bruno Roccaro ella fue quien organizó y cuidó de aquellos papeles, testigos de la más fecunda experiencia de nuestra Iglesia en sus 500 años de acción pastoral en Cuba.

Cuando pienso en Fina, dos palabras vienen a mi mente: disponibilidad y servicio. En primer lugar, con Dios. Y después, con todo aquel que necesitara de su ayuda. No sólo era generosa con su dinero, sino con su trabajo, con su cariño y con su tiempo. Por años le llevó cada día el almuerzo a una viejita del barrio que no tenía familia. Su fidelidad y el acompañamiento a tantos amigos en Cuba y en el exilio así lo demuestran.

Fina supo ser una amiga fiel y exigente. Era libre para decir la verdad gentilmente, con el corazón. Era una persona valiente y humilde, desprendida de sí y generosa hasta el extremo. Sembró, y se sembró en el corazón de quienes la conocimos.

Cuando llegó la hora de ser cuidada allí estuvo Beatriz Testón, la hija que Dios le regaló para sus últimos años. En sus inescrutables designios, Dios llamó primero a Beatriz. Pero nunca faltaron manos piadosas que la cuidaron hasta el final. Y el atento cariño de la familia distante, sus hermanas Antonia y Lola, y sus sobrinos que sentían por Fina más que cariño, veneración.

En el largo ocaso de sus 98 años cargó sobre sus hombros el peso del sufrimiento físico y de la soledad inevitable, de esa nostalgia por un pasado que nos constituye y define, pero que también nos llena de nostalgia. Fina afrontó con valor, sin resquemores ni quejas, esa hora postrera.

Preocupado por la falta de noticias, (le habían cambiado su teléfono) viajé a La Habana. Fui directo a su casa y allí me enteré que estaba ingresada en el “Calixto García”. Tarde en la noche pude entrar al hospital para llevarle la Comunión y así lo hice al otro día, antes de regresar a Trinidad

El lunes 6 de agosto, un mes después de mí visita una llamada de Emilito Aranguren y de Pepín Álvarez, desde Holguín, me hizo llegar la noticia: ya Fina estaba en la Casa del Padre. Sentí tristeza y alegría, tristeza por mí y alegría por ella: con Beatriz siempre bromeaba diciéndole que éramos hermanos, porque éramos los dos hijos de Fina. Estoy seguro que "Santa Fina de la Habana Vieja", "Mamá Fina", y mi hermana Beatriz, me ayudarán a entrar en la Casa del Padre cuando me llegue mi hora. Eso espero.

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