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Homilía del cardenal Stella en la S.I. Catedral de Holguín

por Cardenal Beniamino Stella

Fotógrafo P. Ariel Suárez Jáuregui

Homilía del cardenal Stella en la S.I. Catedral de Holguín 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Con sincera alegría celebro la Eucaristía con ustedes, en estas jornadas en las que la Iglesia de Dios en Cuba agradece al Señor por lo que representó para este país la visita, hace 25 años, del Santo Padre San Juan Pablo II. Me complace saludar al Obispo monseñor Emilio Aranguren, a su Obispo Auxiliar monseñor Marcos Piran y al Obispo emérito, monseñor Héctor Peña, quien también nos acompaña. Saludo igualmente al Sr. Nuncio, monseñor Gloder, que representa al papa Francisco en Cuba. El saludo se extiende a los sacerdotes, diáconos, religiosas y fieles laicos de este amado rebaño de Cristo en Holguín y en Las Tunas. Un saludo cordial a las distinguidas autoridades que, en representación del Estado cubano, han querido hacerse presentes. Gracias a todos por la bienvenida y la presencia.

Esta Iglesia local se enmarca en el territorio a donde llegó Cristóbal Colón el 27 de octubre de 1492 por el puerto de Bariay. En el encuentro de aquellos primeros europeos con los habitantes originarios de esta Isla, el cristianismo se fue haciendo paulatinamente presente, y en medio y a pesar de las ambigüedades propias de su tiempo, los que eran verdaderos discípulos de Cristo comenzaron la siembra de las semillas evangélicas que, a lo largo de la historia, han germinado aquí. Y como todo lo que es valioso y necesita cuidado reclama la presencia de una madre, también en estas zonas, pero entonces por la bahía de Nipe, entró en 1612, para quedarse para siempre en el corazón de los cubanos, la Virgen de la Caridad. Se puede afirmar que, entre estas dos fechas —1492 y 1612— se forjaron, en singular simbiosis, los componentes de la cultura cubana.

El 23 de enero de 1998, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, junto a los restos del Venerable padre Félix Varela, San Juan Pablo II se encontró con representantes de la cultura nacional. En ese marco privilegiado, el Papa Santo pudo desarrollar el argumento de las relaciones de la Iglesia católica con la cultura y acertadamente apuntó: “La cultura es aquella forma peculiar con la que los hombres expresan y desarrollan sus relaciones con la creación, entre ellos mismos y con Dios, formando el conjunto de valores que caracterizan a un pueblo y los rasgos que lo definen. Así entendida, la cultura tiene una importancia fundamental para la vida de las naciones y para el cultivo de los valores humanos más auténticos”.

Ahondando en sus reflexiones, San Juan Pablo II indicó: “Toda cultura tiene un núcleo íntimo de convicciones religiosas y de valores morales, que constituye como ‘su alma’; es ahí donde Cristo quiere llegar con la fuerza sanadora de su gracia. La evangelización de la cultura es como una elevación de su ‘alma religiosa’, infundiéndole un dinamismo nuevo y potente, el dinamismo del Espíritu Santo, que la lleva a la máxima actualización de sus potencialidades humanas”. El Santo Padre reconocía que la formación de la cultura en Cuba ha sido el resultado de una admirable síntesis de elementos propios de lo hispánico, lo africano, lo proveniente de diversos grupos de inmigrantes y lo propiamente americano. El gran pensador cubano Fernando Ortiz ilustró gráficamente esta realidad hablándonos del “ajiaco cubano”.

En ese ajiaco autóctono, San Juan Pablo II descubría y evidenciaba que por medio de lo que había representado para Cuba el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, y figuras indiscutidas como el padre José Agustín Caballero, el Venerable padre Félix Varela y José Martí, en lo más profundo del alma nacional estaba “la fe católica como fuente de los ricos valores de la cubanía que, junto a las expresiones típicas, canciones populares, controversias campesinas y refranero popular, tiene una honda matriz cristiana, lo cual es hoy una riqueza y una realidad constitutiva de la Nación”. En efecto, quién no descubre en frases tan populares como: “Si Dios quiere”, “Haz el bien y no mires a quién”, “¿Quién es tu hermano? Tu vecino más cercano”, la huella del cristianismo en la vida del pueblo. Basta subir al punto más alto de esta ciudad: ¿no es acaso la Cruz salvadora la que vela y custodia a todos los habitantes de esta región? Ese monumento no hubiera sido posible si en el alma de nuestros antepasados aquí no hubiera estado aquel a quien invocó José Martí: “en la cruz murió el hombre un día. Se ha de aprender a morir en la cruz, todos los días”.

Queridos amigos: Debemos ser conscientes de que la cultura, como proceso humano, puede abrirse o cerrarse a la Verdad y al Bien. Puede mejorarse o deteriorarse. La herencia recibida de los mayores debe ser cuidada y enriquecida por cada generación, para que los que vengan detrás de nosotros tengan elementos de los cuales nutrirse e inspirarse. De hecho, así comentaba San Juan Pablo II: “La antorcha que, encendida por el Padre Varela, había de iluminar la historia del pueblo cubano, fue recogida, poco después de su muerte, por esa personalidad relevante de la nación que es José Martí”.

¿Cuál es la antorcha que nosotros hemos recibido? ¿Cómo la estamos conservando y fortaleciendo? ¿Cuál es la que dejaremos a los que nos seguirán mañana? Son preguntas serias. El mismo paso de San Juan Pablo II por Cuba y por el mundo dejó una herencia de fe, de esperanza, de entusiasmo misionero, de entrega y de ofrenda, de serena confianza en medio de la cruz. Para conservarla y hacerla crecer, necesitamos la fuerza de lo Alto, del Espíritu del Señor. En el Evangelio que hemos proclamado, se nos asegura que el Padre celestial quiere darnos su Espíritu y las gracias que necesitamos para cumplir nuestra misión. El Espíritu Santo es una promesa siempre ofrecida. Y Pablo, en el fragmento de la carta a los Romanos que hemos escuchado, nos asegura que ya tenemos las primicias del Espíritu, lo cual hace que, incluso con tribulaciones y pruebas, podamos mantener la esperanza y caminar en la certeza de que todo concurre al bien de los que aman a Dios.

Iglesia de Dios en Holguín y Tunas: Sé consciente de la herencia recibida, de la riqueza de tu cultura en cuya alma está el Evangelio de Jesucristo. ¡Cuida tus raíces! ¡Comparte lo que has recibido con todos! A propósito de esto último, permítanme una pequeña consideración final: “los tres Juanes” encontraron la imagen de la Virgen de la Caridad en Nipe, estuvo un tiempo en el hato de Barajagua y luego, fue llevada hasta El Cobre, para que, desde una montaña alta, pudiera abrazar a todos sus hijos e hijas de Cuba, donde quiera que se encuentren. Quiero pensar que aquí hay también un simbolismo de la vida de esta región. Los dones recibidos en esta tierra se compartieron, se donaron de alguna manera a todo el país. Eso no los hizo más pobres, sino al contrario, porque la lógica de Dios nos enseña que la verdadera riqueza está en compartir en el amor. ¡Ahora la Virgen de la Caridad es de toda Cuba!

A la Virgencita del Cobre y a San Juan Pablo II pedimos su intercesión, para que siempre cuenten con el auxilio del Espíritu de Dios. Y así, el alma cristiana de esta nación se mantenga sana y vigorosa, para bendición de los hijos e hijas de Cuba, en el hoy y en el mañana de la Patria. Amén.

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